miércoles, 23 de abril de 2014

Sunt lacrimae rerum, et mentem mortalia tangunt

Hay cosas que se esconden como jugando a la escondida y sin embargo siempre están presentes y visibles, pero no las vemos.
Hay lágrimas en la copa de vino que se posa en este momento en mi mesa y que llevará al vino a ser una lágrima de néctar alcohólico mientras mi yo llora intentando mostrar una sonrisa.
Hay lágrimas en las letras que anuncian los buenos días, las bienvenidas, las despedidas de los otros, los juegos de mancha que iniciamos en la niñez y que hoy no recordamos. Hay lágrimas en las luces de la calle, en los semáforos, en las barreras de los trenes. Hay lágrimas en el café y en la medialuna de la esquina. Hay lágrimas al quinientos de Rivadavia, en el parque Japonés y en la plaza del barrio.
Hay lágrimas en esos ojos cansados de llorar.

Hay lágrimas en las propias lágrimas que no han llorado sabiendo que hay lágrimas en las cosas ya que  las cosas lloran lo que añoran más que lo que son.

martes, 22 de abril de 2014

Esto del tiempo...

Quiso volver el tiempo atrás, manipularlo, forzarlo, volver atrás y jugar adelante. Hoy es sentir el latido de hace cinco años atrás, cuando era joven y vivía en otra selva (¿o era la estepa?) y confundir el ayer con el hoy. Siempre enloquecemos los martes pero en Mercurio no hay termómetros.
Querrá volver?
Quiero volver a vivir en estas páginas, porque cuando había un humanista todo era un poco mejor.

jueves, 31 de diciembre de 2009

Alma()naque

Tomó la copa repleta de espumante, sentía calor en las mejillas pobladas de gotas de sudor, apenas extendió el brazo con la copa, casi sin ganas repitió la frase que los comensales se decían casi como regalándose pétalos de rosas. Los almanaques son un mal necesario, el tiempo es implacable y solamente podemos medirlo, o intentar medirlo perdiendo tiempo en su empresa. Cuando dieron las doce, las copas chocaban al compás de saludos y buenos deseos, hemos dado un paso desde el mismo sitio donde estábamos hace segundos atrás, hemos deshojado otra vez el almanaque cambiando no solo el día o el mes sino también el año. En china se nos han adelantado, en Alaska todavía no comenzaron a cenar.
No tuvo ganas de festejar, pero era imposible no dejarse llevar por la oleada de concurrentes alborotados para la ocasión. Feliz año nuevo, repetían como loros extasiados y revoloteando alrededor de la mesa llena de confites, turrones y frutos secos, feliz año nuevo profirieron entre gritos sacados a flor de labios que emanaban alcohol, feliz año nuevo me habían dicho el año pasado y el anterior y el anterior al anterior.
Él se limitó a tomar el frío espumante, ya que nunca es bueno desperdiciar un espumante a punto e intentó olvidar los planes de dejar el cigarrillo al comenzar el nuevo año.

martes, 22 de diciembre de 2009

Caida


Trepó por el muro a punto de desfallecer, los brazos le temblaban y sudaba mucho. Buscaba salientes para meter sus dedos colorados de esfuerzo y llenos de dolor. Escudriñando cada hueco, cada pedacito de superficie para poder seguir subiendo. Algo mal en la cabeza tienen los escaladores, nadie puede disfrutar esto, pensó en un momento de cansancio en que se dejó ganar por la reflexión inocua. Tengo que subir, se repetía como un disco rayado, tengo que llegar a la cima.
Unos recuerdos incómodos lo perseguían sin piedad mientras el hombre pendía como una figurita del alto muro. En ese momento sintió un nudo en la garganta y sensación de vacío en el estómago, sintió nauseas y un ligero mareo, sintió que se desvanecía y por un instante se dejó caer.
No se sintió ave, ni superhombre, ni siquiera él mismo; sensaciones semejantes a la niñez recorrieron su cuerpo cansado y tembloroso.
Aquella tarde no hubo testigos de la caída que lo dejaron magullado y aturdido. Aquella tarde no hubo héroe que lo salvara de caer. Aquella tarde, fue sólo el duro suelo el que lo atajó con violencia al caer de su mullida cama despertando del incómodo sueño.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Café


Recorrió la calle mojada y poblada de ausencias con la simple intención de tomar un café. Saborear a medida que avanzaba paso a paso, la humeante taza, las atmósfera que se da en los cafetines porteños donde el corazón se armoniza al ritmo del ruido de la cafetera o de las chapitas golpeando sobre las feas bandejas de los mozos.
No se percató del horario, ni de la lluvia que lo estaba empapando, ni del calor que invitaba más a una cerveza que a un café caliente como el día.
Percibió, si, una luz que lo seguía como si fuera una luciérnaga, pero las luciérnagas no son comunes en ciudades como Buenos Aires, no tenemos espacio para ellas, ni para alguna gente con brillo propio, porque es la misma Reina del Plata la que brilla y refleja.
Una ráfaga de recuerdos le atravesó el pecho junto con la luz que revoloteaba en el camino y recordó a sus muertos, a los que habían muerto por causas naturales y los que habían desaparecido por la acción del tiempo, en definitiva todos cargamos con muertos, los que han muerto en la vida y los que ha matado el tiempo, o nuestro desinterés, o nuestra abulia, o nuestras ocupación diarias. Recordó rostros colmados de sonrisas, conversaciones, abrazos adeudados, sentimientos, palabras. Recordó también algunas direcciones y números de teléfonos, sensaciones extrañas le embargaban el cuerpo, subiendo desde los pies y haciendo helar la cabeza; tuvo ganas de golpear la cabeza con el primer poste a mano pero los ojos mojados de lágrimas frescas que traían cosas pasadas no lo dejaban encontrar con que golpearse. Tanteó un pañuelo en el bolsillo, pero no usaba pañuelo desde la gripe de 2004 cuando el médico le recomendó pasar a los pañuelos de papel.
El café le sabía insulso y los sonidos del reciento metálicos y lejanos. Tuvo ganas de fumar un cigarrillo como los viejos tiempos en que te podías arruinar la vida tranquilo y sin tanta conciencia sanitaria. La luz salía de su dedo índice atravesando el recinto, saliendo por la vidriera y perdiéndose por la calle. Nadie se percató. A nadie le sorprende nada en la cuidad en estos días, podes salir corriendo desnudo o con los dedos como linternas que todo da igual, pensó destapándose el dedo que había cubierto en un arrojo de pudor.

lunes, 13 de abril de 2009

Tras





Ciertas mañanas son sombrías y con sensación a rancio, los árboles se mecen ignotos con alma despiadada sobre mi habitual recorrido entre hojas que se van desprendiendo como cotillón natural en esta fiesta de lo cotidiano. Esas mañanas con atmósferas amarillentas espantan cualquier dejo a esperanza tiñéndolo todo de bucólicos aires de nostalgias. Esas son las mañanas que intuyo debí haber seguido durmiendo hasta el mediodía o el día siguiente, pero reloj biológico no entiende de estos asuntos, es inexorablemente puntal sin importarle circunstancia ninguna.
Esas mañanas en que los niños correr presurosos a la llegada del timbre con muecas semejantes a sonrisas son las que me interpelan bajo la lluvia de miradas de adultos analizando temas de vital importancia.
Esos vientos frescos que zigzaguean por la calle del oeste me recuerdan que alguien nos llenó de vida y solo revoloteamos como barriletes cercanos a las líneas de alta tensión. La suerte, la desgracia, la pleitesía que rendimos a la vida o el temor acomodado en el pecho y que se resume en la garganta como un nudo nos visita a diario muy a nuestro pesar y es compañero de destinos insospechados. Hoy pasan desapercibidos los arco iris, los ruiseñores, los duendes con tréboles de cuatro hojas y las sirenas. Hoy pasaremos por alto la señal que el amor nos dejó en un cartel luminoso o en la cartelera de espectáculos de un club social. Hoy alguien pronunciará tu nombre desde lejos y tus oídos lo confundirán con los ecos de los pasos sobre el pasillo largo y vacío de la línea A de subterráneos. Hoy un payaso triste te guiñará un ojo sin que te percates que era una bendición. Un anciano te saludará confundiéndote con otro y habrás perdido el regalo de unas añejas palabras para que se hagan carne en tus nacientes nuevos proyectos. Hoy un llamado te arruinará la fingida paz que habías pensado poseías.
El viento dejó pegado a tu saco una multa sin sentido.
Cuando cruces la calle, no dejes de mirar hacia un lado y el otro, porque hoy también, un colectivo amarillo te pasará por encima para regalarte un nuevo comienzo.

sábado, 4 de abril de 2009

Ella o El


Ella estudiaba lenguas clásicas y nunca amanecía antes de las diez.
El, fabricaba ceniceros y tuvo que mudarse a provincia cuando la ley antitabaco.
Ella tarareaba canciones de amor cuando tomaba el tren.
Él silbaba cantitos populares sin pegarle a una nota.
Ella, hablaba con su madre por teléfono todos los días a las nueve como un ritual inexorable.
Él no dejaba de evitar a su progenitora y saborear la pasta de los domingos.
Ella, soñaba con oropeles y fantasías.
El soñaba sólo cuando dormía.
Ella reía
El era reservado.
Ella doblaba sus prendas prolijamente en los cajones de la vieja cómoda todos los sábados de lavado, secado y planchado.
El apenas lograba encontrar que ponerse.
Ella lo divisó desde lejos
El no pudo resistirse
Se confundieron sus rumbos una tarde de abril, cerca de una multitud de esperanzas que los hombres habían dejado escapar como bandada. Cruzaron sus caminos o se confundieron en medio de una manifestación de vientos huracanados e indiferencias contendías por cientos de miles de seres que iban y venían. Atmósferas de delicadas fragancias florales y tibios colores enmarcaban el encuentro fortuito.
El miraba sus ojos brillantes
Ella se dejaba envolver por aquella voz que la podía.
El no esperó para besarla con pasión
Ella no dejó que se le escapara un suspiro
El sostuvo su cuerpo con firmeza
Ella confundía su silueta con la suya
El la encantó envolviéndola en su perfume
Ella ya no era ella
El ya no era el
Ellos se perdieron en la espesura de un andén lleno de pisadas. La vida, la bruma y el viejo reloj de la estación testigos involuntarios mientras ellos se extraviaban entre la multitud siendo uno o ninguno, en medio de todos, confundidos.
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